Financiamiento de las ciudades del mañana

By George D. Thomas | 11 de junio de 2018

El transporte deficiente e inadecuado es uno de los principales problemas urbanos. En los Estados Unidos, debido al tránsito con paradas y arranques frecuentes, los camiones pierden hasta $28 millones cada año, tan sólo en costos operativos y combustible desperdiciado. Se calcula que la sincronización desactualizada de las señales de tránsito en las vías urbanas principales causan más del 10 por ciento de las todas demoras en el tránsito. Y el Departamento de Transporte de los Estados Unidos (USDOT) ha señalado que hasta un 30 por ciento del tránsito en las áreas urbanas se debe únicamente a las personas que buscan lugares para estacionar sus automóviles.

Existe otro motivo para que el tránsito sea una prioridad en nuestros planes de desarrollo urbano: indica algunas maneras importantes en las que el acceso y la oportunidad se vinculan a la riqueza. Investigadores de la Universidad de Harvard están llevando a cabo un estudio amplio y continuo sobre el ascenso social. Sus hallazgos sugieren que el tiempo de traslado, junto con la educación y la zona en la que viven las personas, es uno de los indicadores principales de las oportunidades que se tienen de escapar de la pobreza. Cuanto más extenso es el traslado, menores son las posibilidades de que las familias de bajos ingresos tengan empleos mejor remunerados.

Los gobiernos federales estadounidenses y canadienses recientemente optaron por incentivar el financiamiento de infraestructura. Organizaron competiciones en las que otorgaban fondos (y en algunos casos, fondos de participación) a los candidatos con los mejores planes de uso. Esto abrió el proceso a muchas ideas de diferentes magnitudes, adaptadas para tratar problemas locales, pero que reconocían la necesidad urgente de que las ciudades den un paso al frente y conozcan el futuro también.

Con el capital inicial de Ciudad Inteligente del USDOT como palanca, Columbus recaudó $500 millones adicionales de organizaciones y negocios locales, con el objetivo de lograr $1 mil millones para 2020. Otras ciudades también encontraron apoyo a sus iniciativas en el sector privado, y algunas incluso lo sumaron al dinero del premio federal que también habían recibido.

En 2016 se lanzó el plan Invertir en Canadá, con 14,4 mil millones de dólares canadienses destinados a renovar el transporte público y la infraestructura social. En 2017 se añadieron otros $81,2 mil millones para ayudar a financiar cinco ramas prioritarias de la infraestructura, una de las cuales era el transporte público. Como parte de esta iniciativa mayor, el Desafío de la Ciudad Inteligente de Canadá invitó a los candidatos a proponer un servicio o un programa inteligente para mejorar las vidas de los residentes mediante la innovación, los datos y la tecnología. Ahora se seleccionaron las veinte comunidades finalistas de todo Canadá que recibirán fondos y desarrollarán propuestas detalladas para poder avanzar a la siguiente fase de la evaluación.

El desafío de los Estados Unidos tuvo un gran ganador, mientras que Canadá anuncia a los ganadores en diferentes niveles de financiamiento. Aun así, la mayoría de las ciudades que enviaron solicitudes, incluso las que no fueron seleccionadas, dicen que el ejercicio valió la pena. Preparar la documentación y someterse al proceso de consulta pública creó conciencia sobre sus iniciativas para crear ciudades inteligentes y así pudieron hacer progresar sus planes.

Los análisis de costos y riesgos indican que las grandes infraestructuras probablemente siempre necesiten fondos del gobierno para levantar vuelo. Pero en lo que tiene que ver con la construcción de ciudades —en especial la construcción de ciudades inteligentes— el dinero es sólo el comienzo. Estos proyectos necesitan un apoyo más duradero si se espera que den resultados concretos y que impulsen el tipo de cambio que las ciudades de hoy necesitan para convertirse en ciudades sustentables y seguir siéndolo en el futuro.

Los fondos y la gestión deben ser transferibles. El financiamiento de los niveles superiores del gobierno (federal o provincial/estatal) y su control deben otorgarse a los gobiernos regionales o municipales con mejor capacidad de usarlos o manejarlos. Se debe separar la planificación y el financiamiento de infraestructura de los efectos políticos o del período de mandato de un gobierno específico.

Los programas deben basarse en los resultados. El apoyo continuo debe depender de que el programa esté haciendo lo que dijo que haría y de que se obtengan los resultados prometidos.

Los programas deben ser estratégicos, pero con pasos claros y pequeños que impulsen un valor progresivo y demostrable. Dado el ritmo en el que las tecnologías, los ciclos de financiación y los ciclos políticos cambian, las ciudades deben adaptarse para identificar, sembrar, incubar e impulsar soluciones ganadoras. Y deben poder vincular continuamente proyectos individuales con los objetivos y las determinaciones del programa general.

El plan debe generar capacidad y experiencia interna. Ningún programa de ciudad inteligente jamás se debe archivar y reducir al fracaso, porque las personas que lo promueven se van o en el mejor de los casos se las reasigna. El conocimiento y la experiencia deben transferirse a quienes conocen el proyecto de primera mano, para que sean ellos quienes les den continuidad.

Los resultados deben ser sostenidos por las municipalidades y sus residentes. Los fondos iniciales que brindan los niveles superiores del gobierno deben ser los catalizadores que ayuden a que el programa sea lo suficientemente sólido como para seguir presentando resultados una vez que se haya gastado el dinero de la subvención.

Financiar una innovación siempre es una tarea difícil, en particular cuando se usan fondos públicos. La inversión en nuevas capacidades usando tecnologías disruptivas se debe manejar con sumo cuidado. A nivel mundial, los programas de ciudades inteligentes resuelven los deseos y las necesidades que los ciudadanos tienen ahora y planifican para lo que necesitarán en el futuro. Los niveles más altos del gobierno quieren (y logran) incentivar una buena construcción de las ciudades, y financiar lo que haga falta para apoyarla y sostenerla. Si los programas demuestran una clara visión del futuro y de lo que las ciudades deberían llegar a ser y lo que en realidad necesitan ser, la financiación resulta una buena inversión.